sábado, 3 de abril de 2010

En el 29

Los pasajeros de la línea 29 estaban ensimismados en procesos de pensamientos-no-pensamientos; parecían no haber pasado por una alegría en mucho tiempo. Tampoco se los veía abiertos a un abrazo, ni con el ceño despejado, los ojos iluminados, los labios sonrrientes. Ni pensar en lo erótico o lo sensual. Sólo había una postura previsible.
En ésto pensaba mientras, escribía sentada de frente a ellos.
Hasta que subió ese muchacho de remera verde rayada, que se paró en diagonal a mí.
Me pareció que lo conocía; es Eugenio, pensé, qué bien le sentó la separación.
Con toda mi expresión, aunque sin palabras, le pregunté: te conozco?
Sin violentarse, sin clichés, bajó la mirada, sacó un cuaderno de la mochila y se puso a escribir.

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