lunes, 5 de abril de 2010

La carraspera


Es lo profundo de la noche, la ciudad duerme, mi casa duerme, mi mujer duerme. Cuando todo duerma él le robara un color a la muchacha pechos de miel. Los pájaros duermen para estar frescos y cantar cuando salga el sol. Las plantas quizás también duerman. La avenida duerme o por lo menos dormita. El teléfono duerme y no sonará hata que empiece el día. Todos duermen menos yo y mi carraspera. Y digo "yo y mi carraspera", no "mi carraspera y yo". Yo toso. Mi garganta es como un caño oxidado, como el riel sobre el que chirría un pesado tren. Toso y cada espasmo me saca un poco más del sueño placentero, del sueño dorado que ha matado Macbeth. Cada tos me empuja un poco más hacia la vigilia, hasta que despierto por completo. Todo duerme. Los gatos duermen, incluso la mía. No debería estar despierto, es curioso que el mundo exista a esta hora. Estoy como en un teatro vacío, el escenario es la casa donde vivo y río y pienso y disfruto y hablo y siento todos los días. Pero ahora ese escenario lo ocupamos mi tos y yo. Enciendo la hornalla y pongo agua a hervir para inhalar el vapor. El agua convertida en gas entra por mi nariz y boca derechito a los pulmones, como una especie de destapacañerías casero. Vuelvo a la cama. Me espera su abrazo, curador de males.

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