martes, 30 de marzo de 2010

Banal

Puedo decir que tuve muchas amantes o muchos amores.
Situaciones que se pueden contar en diez minutos, en un viaje en tren o en una charla de cafe como al pasar distraidos, como si no fuese algo importante.
Necesito que lo sepan, nunca le doy demasiado importancia. Pero es mi instinto vegetal animal mineral que me habla y no puedo ignorarlo.
Amo a todo lo que veo, siempre y cuando tenga un buen par de tetas, o al menos dibuje algo minimamente timido debajo de su blusa, remera, camiseta o bikini, no es este el momento de hablar de moda, cualquier cosa al respecto me mandan un mail y vemos de trabajar un styling... Pero si de amores y de amantes, de mañanas de cafes a las apuradas o llamadas al trabajo avisando que nuevamente me duele algo de mi cuerpo (que conciensudamente voy tachando en un mapita humano que robè de un consultorio de un acupunturista) se trata, este es el lugar y este es el momento. Es decir, tengo un solo higado, dos riñones, mas bien mentiras de patas cortas si uno no es precavido. Tengo 100 corazones, eso puedo probarlo.
Y es por hablar de amores y de amantes que aprendi a conocerme. Vuelvo en forma de abanico de posibilidades, pretendo que soy algunas veces un avestruz que mete su cabeza en el mismo agujero y el paisaje es otro. Otra tierra, el mismo aroma a humus.
Quiero decirles a todas cuanto las estimè. Cuànto las lastimè me lo diran uds, pero yo no soy un hombre que tiene reproches, mas bien soy de esos que miran para adelante buscando el detalle ideal que lo evada de estos asuntos.
Por eso es que hoy escribo, porque un nuevo amor me ha llamado, y siendo un poco descuidado lo he atendido. Me he prometido no perder mi energia en cuestiones banas, lo he practicado y me ha servido. Y aquì me encuentro, redimiendo mis sentidos en pocas palabras, en diez minutos que se escapan entre los dedos, que no piensan, que no mienten, solo aman.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Sin sal

Por qué esperaste tanto para decírmelo? Si a vos te sobran siempre las palabras...pero esta vez decidiste quedarte callado?
Jugás a las adivinanzas, me decís que es algo animal, que es rojo pero luego se va oscureciendo, que te lo trajo un cliente de España...
Me haces dudar, entrar en tu juego, me rodeas como un gato que juega con una cucaracha ya medio atontada y mordida. Me creés más inteligente de lo que soy, eso es lo que pasa.
O será que a veces también sabes hacer caer mi estima, como ahora con este jueguito de acertijos e incógnitas, donde ya no sé donde estoy parado.
Me hacés ir a la panadería, me das precisas indicaciones de que las figazas sean de manteca pero que me asegure de que la manteca sea de verdad, ni margarina ni aceites vegetales, que sino cuando las tostás tienen sabor amargo.
Es rojo pero luego se va oscurenciendo... pienso en la vejez, en mi corazón, en mi hígado cada vez que lo riego con gintonics, en los muebles de caldén, en los pisos de parquét.
Hay gente esperando con sus medias docenas o docenas de mediaslunas y otras facturas brillantes acarameladas, hacen la cola para envolverlas y pagarlas, mientras yo pregunto si hay figazas de manteca, interrogo sobre el origen de las materias primas y analizo si llevar medio o tres cuartos...
Yo sé que me querés cuidar por el tema de la presión, que por eso todo se cocina sin sal. Será porque pensás que soy lento, que hablo con pausa y que no me meto en tu vida que no me habría dado cuenta que trajiste de la oficina una pata de jamón?

La riqueza


Una habitación en el barrio de Belgrano, una habitación de departamento. Eramos no sé cuántos chicos, nenes de 2, 3 ó 4 años. Era mi cumpleaños, eran mis amigos o los nenes de esa edad que mis padres determinaron que serían mis amigos. Era mi habitación y de golpe la magia se hizo presente. Un hombre vestido con un traje negro y galera sacó una copa de metal con tapa y nos la mostró: estaba vacía. Luego puso la tapa para cerrarla. Dijo algunas palabras que no recuerdo, me pidió que soplara sobre la copa, y para misterio de todos la destapó descubriendo su contenido: estaba llena de caramelos masticables.
La ruptura de la lógica. En ese instante se quebró en mí el pensamiento lineal que pude tener a los 2, 3 o 4 años. Eran caramelos mágicos. En esa misma copa que segundos antes estaba vacía, ahora había un número (seguramente también mágico) de caramelos masticables. Todos estábamos en silencio, boquiabiertos, algunos exclamaban la sorpresa con una sonora inspiración de aire. El mago, en un movimiento elegante, tomó un puñado de esos caramelos y lo arrojó por el aire sobre nosotros, chicos sentados sobre el piso de madera de mi habitación una tarde de mayo en un piso 11 de la calle Conesa, en Belgrano, Buenos Aires.
Han pasado años, décadas, ya no soy ese niño pero sigo siéndolo cuando recuerdo ese momento. Ahora voy a ser padre. Hace años que dejé de vivir en ese piso 11 que fue mágico por una tarde, más mágico que lo que era habitualmente.
¿Qué habrá sido de ese mago, de ese señor que por un instante me convenció de que lo imposible era posible, de que la abundancia estaba a un soplido y unas palabras secretas de distancia?

Visitas inesperadas

Ella llega como se vuelve de la muerte: feliz, apurada por llegar, los ojos luminosos, contenta.
Enseguida lo recorre todo, como necesitando dejar su perfume en todos los ambientes, en todos los rincones. Una especie de santificación de los espacios.
Se descalza, detecta si hay flores, si las toallas están sucias, si se precisa un sahumerio, si falta música. Recién allí se relaja, se distiende, abre su bolso y saca sus curiosidades como una vendedora ambulante. Piedras, tés, pañuelos, semillas nutritivas, recortes, libros, una botellita de agua, cepillo de dientes, una muda de ropa (porqué es muda la ropa?).
Y entonces sucede aquello que siempre me sorprende. La casa no es la misma, mi cuarto es mas amplio, la cocina mas luminosa, de golpe el living es confortable. El ambiente imposible ahora es un bello lugar para estar.
Nunca tiene una actitud crítica, pero en su recorrida cuela sus sugerencias y comentarios de forma tan aparentemente sabia, que no hay cómo esquivar el bulto.
Cuando tenga que irse desandará los mismos caminos, recogerá todo lo esparcido y callará.
Ahora está por ahi, mientras se agotan mis diez minutos. Viene hacia mí sonriendo, será mejor dejarlo acá.
Arturo

lunes, 22 de marzo de 2010

Puse la pava con agua en el fuego. Me senté a escribir para contarme a mi mismo, lo que pasó.
La llamada extraña, la noticia como una trompada en la cara, los abrazos, los quiebres, la mirada perdida en el techo por horas, los llantos, los demás, las imágenes que vuelan sobre todos los que quedamos...
Las imágenes de esa vida que fué, que vivimos juntos, pasando veloz como la cola de una película... Hay algo enormemente convocante en la muerte.... todos estamos en la misma sintonía, viajando por los mismos lugares, azorados, varados, atascados en las mismas piedras...
Después vinieron las ceremonias, las costumbres, los ritos de ocasión. Y a pesar de todo eso... la belleza
La belleza del dolor compartido con sonrisas
La belleza de los abrazos inundados de amor y consuelo
La belleza de las palabras con luz en medio de lo abyecto
La belleza del último trago de los amigos sobre su tumba
Ya pasaron diez minutos... el agua, en la cocina, hierve enloquecida...
Arturo Chahbenderian

jueves, 18 de marzo de 2010

La primera vez

que quise irme de casa
que tuve un perro
que anduve en bicicleta
que entre al colegio
que subí a un caballo
la primera vez que me enamoré
que me puse tacos altos
que hice el amor
que vi el mar
vi nacer gatos
me casé
tuve un hijo en la panza
que me subí a un avión
que cobré un sueldo
que amamanté
y todas las primeras veces que me enamoré
miré el cielo, la luna, las montañas
abracé a mis hijos, dije que no, dije sí
callé lo que en mí gritaba,
enterré seres queridos...

Los puntuales


Cierra el banco, faltan quince minutos, me quedo afuera, del lado de la calle, no del lado de las cajas, me quedo afuera, como cuando era adolescente y me rebotaban en la discoteca porque mi ropa o mi cara no calificaban para los estándares del empleado de la puerta. Quince minutos, cierra el banco, no llego, estoy a diez cuadras, camino rápido pero las cuadras son largas. Cierra el banco, pierdo un día, vencimiento. Acelero el paso, veo un perro atado a un poste, tengo hambre, si llego a tiempo celebraré comiendo una hamburguesa en el local del payaso. Si no, tendré una amargura que me impedirá disfrutar sin culpa de un adiposo combo. Calle Malabia, falta mucho, no llego, cierra el banco, autos enloquecidos cruzan las bocacalles, negocios que se esfuerzan por parecer interesantes, adoquines, vereda, postes de luz, señora que camina delante mío ignorante de mi prisa. Cierra el banco, a las tres, como dios manda, como un relojito suizo, cierra y andá a cantarle a Gardel, a Charles Romuald Gardés, el cantor francés que algunos dicen que es argentino. Andá a cantarle a él, que ni siquiera tiene definida su nacionalidad. Andá a cantarle al de seguridad de la puerta para que te deje entrar, porfi, dejame, se me hizo tarde, son las tres y un minuto. No, lo siento, si te dejo entrar a vos tengo que dejar entrar a todos. Qué todos, señor, si no hay nadie detrás mío. No, lo siento, no puedo, no hay tutía. No hay tu tía, no está tu tía, si estuviera ella quizás la dejo pasar pero a vos no, llegaste tarde, intentá mañana, mañana volvemos a abrir, de 10 a 15, como todos los días hábiles y mañana es un día hábil. Vení mañana, hoy no, hoy llegaste tarde.