miércoles, 14 de abril de 2010

El aumento de sueldo

Y repentinamente la mano se alzó hacia la calculadora, y los dedos comenzaron a dar pequenios saltitos sobre los números marcando una cifra en la pantalla. Mis pestanias se levantaron hacia el cielo razo, y una leve sonrisa se escapó de mis labios.
La sonrisa mortal del capitalismo, de la vida en relación de dependencia, de los miedos, y el confort. Se esbozó en mí la muerte de la libertad. Solo bastó ver una cifra, abstracta, virtual, esclavizante para que los suenios de una vida más salvaje, menos controlada, más humana, menos rutinaria, más enriquesedora, menos mezquina se desplomara de un soplido.
"Escribí en un papelito lo que creas que es tu esencia", me dijo una voz amiga. Accedí para que cada vez que venga el diablo verde a querer comprarme mi esencia, tenga en claro exactamente qué se llevaría de mí, en cómodas cuotas de por vida.
Y sufrí al sentir que se iban borrando las primeras letras de "ser idealista, no ser conformista con el mundo que existe, y ser libre". Me pregunto si mi inercia y mi cobardía harán que se queme el papelito entero y el sistema me atrinchere los pies al piso. Pienso que tal vez entonces, no sea esa mi esencia sino tan solo un deseo.

lunes, 12 de abril de 2010

El cine

Sólo siendo grande pude ser conciente de lo hermoso que es el momento en el cine en que se apagan las luces gradualmente. Todo lo que eran caras, ropas y palabras desaparece hasta que quedamos todos en una misma nube de oscuridad, en una invitación a la atención. Las luces que bajan son como el silencio que se hace cuando el viejo al frente de la tribu va a relatar una historia. Todos estamos ahí mirando en la misma dirección, se nos va a contar un cuento.
Cuando las luces bajan hasta dejar la sala a oscuras, el mundo queda atrás, afuera, el mundo pasa a ser eso que sucede en ese rectángulo apaisado que hasta hace un rato estaba en blanco. Veremos la vida representada o imaginada en ese plano. Veremos la proyección del sueño y el trabajo de alguien, a 24 cuadros por segundo. El cine sigue siendo algo que nos convoca, una de las cosas que compartimos con gente que no conocemos, que son durante ese momento compañeros de experiencia. Porque el cine es una experiencia que se vive colectivamente: la suma de todas las expectativas, deseos, imaginaciones de cada uno de los que están en la sala generan una atmósfera especial, distinta en cada función. No es la misma si uno va a ver una película de terror, una comedia, una comedia romántica, un documental, una película de acción. Por eso es tan raro entrar a una sala a ver una película empezada: uno no es parte de ese caldo de emociones que empezaron a cocinar otros.
Ir al cine sigue siendo un ritual de tribu, de gente que comparte un momento con sus iguales.
Ver una película solo (o acompañado) en casa nunca podrá igualar una proyección en un sala llena. El cine sigue siendo, y espero lo sea por mucho tiempo más, un viaje único de los sentidos, una invitación a vivir cosas nuevas, a emocionarse, a escuchar una historia.

sábado, 10 de abril de 2010

Siempre me pasa lo mismo

Las cosas mas sencillas para cualquiera, para mí son imposibles, infranqueables.
Voy a la panadería. Pido un cuarto de pan. Me preguntan de cuál quiero. Y me doy cuenta que no conozco las variedades de pan. Digo: "No se, pan común... pan...". Y ahi me largan la chorrera de variedades: Mignoncitos, francés, figazas, figacitas, figacitas de manteca, flauta, árabe, negritos, pebetes.... Me quedo paralizado. La chica de la panadería acaba de transformarse en un ser cruel que desnuda mi torpeza. Sudo frío y salgo de la panadería sin decir nada mas, como un ladrón. La chica grita: "Quién sigue?"
Paso por la ferretería. Atiende una mujer mayor. Me veo venir lo que va a pasar. Explico que necesito comprar una tapita que hay abajo del termotanque.
La mujer dice: "El vástago o el chicote?" Empiezo a sudar otra vez, no se de qué me habla.
Es como una tapita, le digo.
De goma o de bronce? me dice ella, demostrando que odia a la gente como yo.
No se... lo que dure mas, le digo.
Rosca derecha o rosca izquierda? insiste en humillarme.
Es como una tapita, le digo atascado en mi única certeza.
Pulgada y media o pulgada tres octavos? embiste la señora.
No es lo mismo, no? averiguo.
Ay Jesús.... dice ella.
Otra vez me escapo del negocio sin comprar nada.
Me voy a mudar de barrio, me digo.

lunes, 5 de abril de 2010

La carraspera


Es lo profundo de la noche, la ciudad duerme, mi casa duerme, mi mujer duerme. Cuando todo duerma él le robara un color a la muchacha pechos de miel. Los pájaros duermen para estar frescos y cantar cuando salga el sol. Las plantas quizás también duerman. La avenida duerme o por lo menos dormita. El teléfono duerme y no sonará hata que empiece el día. Todos duermen menos yo y mi carraspera. Y digo "yo y mi carraspera", no "mi carraspera y yo". Yo toso. Mi garganta es como un caño oxidado, como el riel sobre el que chirría un pesado tren. Toso y cada espasmo me saca un poco más del sueño placentero, del sueño dorado que ha matado Macbeth. Cada tos me empuja un poco más hacia la vigilia, hasta que despierto por completo. Todo duerme. Los gatos duermen, incluso la mía. No debería estar despierto, es curioso que el mundo exista a esta hora. Estoy como en un teatro vacío, el escenario es la casa donde vivo y río y pienso y disfruto y hablo y siento todos los días. Pero ahora ese escenario lo ocupamos mi tos y yo. Enciendo la hornalla y pongo agua a hervir para inhalar el vapor. El agua convertida en gas entra por mi nariz y boca derechito a los pulmones, como una especie de destapacañerías casero. Vuelvo a la cama. Me espera su abrazo, curador de males.

sábado, 3 de abril de 2010

En el 29

Los pasajeros de la línea 29 estaban ensimismados en procesos de pensamientos-no-pensamientos; parecían no haber pasado por una alegría en mucho tiempo. Tampoco se los veía abiertos a un abrazo, ni con el ceño despejado, los ojos iluminados, los labios sonrrientes. Ni pensar en lo erótico o lo sensual. Sólo había una postura previsible.
En ésto pensaba mientras, escribía sentada de frente a ellos.
Hasta que subió ese muchacho de remera verde rayada, que se paró en diagonal a mí.
Me pareció que lo conocía; es Eugenio, pensé, qué bien le sentó la separación.
Con toda mi expresión, aunque sin palabras, le pregunté: te conozco?
Sin violentarse, sin clichés, bajó la mirada, sacó un cuaderno de la mochila y se puso a escribir.