jueves, 18 de marzo de 2010

Los puntuales


Cierra el banco, faltan quince minutos, me quedo afuera, del lado de la calle, no del lado de las cajas, me quedo afuera, como cuando era adolescente y me rebotaban en la discoteca porque mi ropa o mi cara no calificaban para los estándares del empleado de la puerta. Quince minutos, cierra el banco, no llego, estoy a diez cuadras, camino rápido pero las cuadras son largas. Cierra el banco, pierdo un día, vencimiento. Acelero el paso, veo un perro atado a un poste, tengo hambre, si llego a tiempo celebraré comiendo una hamburguesa en el local del payaso. Si no, tendré una amargura que me impedirá disfrutar sin culpa de un adiposo combo. Calle Malabia, falta mucho, no llego, cierra el banco, autos enloquecidos cruzan las bocacalles, negocios que se esfuerzan por parecer interesantes, adoquines, vereda, postes de luz, señora que camina delante mío ignorante de mi prisa. Cierra el banco, a las tres, como dios manda, como un relojito suizo, cierra y andá a cantarle a Gardel, a Charles Romuald Gardés, el cantor francés que algunos dicen que es argentino. Andá a cantarle a él, que ni siquiera tiene definida su nacionalidad. Andá a cantarle al de seguridad de la puerta para que te deje entrar, porfi, dejame, se me hizo tarde, son las tres y un minuto. No, lo siento, si te dejo entrar a vos tengo que dejar entrar a todos. Qué todos, señor, si no hay nadie detrás mío. No, lo siento, no puedo, no hay tutía. No hay tu tía, no está tu tía, si estuviera ella quizás la dejo pasar pero a vos no, llegaste tarde, intentá mañana, mañana volvemos a abrir, de 10 a 15, como todos los días hábiles y mañana es un día hábil. Vení mañana, hoy no, hoy llegaste tarde.

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